Como afrontar el duelo y la perdida en estos tiempos dificiles

Cuando vivimos una situación dolorosa por alguna pérdida emocional pensamos ¿Qué puedo hacer para salir de este dolor? ¿De qué me sirve sufrir así? Lo vivimos como algo horrible de lo que queremos escapar, sin embargo es algo que antes o después tenemos que pasar, es algo universal y un camino que tenemos que recorrer y que si elaboramos correctamente dará lugar a una persona nueva.
Si nos lo permitimos, podemos aprender mucho del dolor pues la tristeza puede obligarnos a mirar directamente nuestra vida y forzarnos a encontrar en ella un sentido del que tal vez antes carecía. Cuando se va una persona a la que queríamos, nos encontramos solos, y esa soledad hace que nuestra vida sea diferente y que tengamos que darle un sentido nuevo.
El dolor de la pérdida puede despertar dentro de cada uno valores y una apreciación más profunda de las personas, de las cosas, de la vida. Nos podemos replantear nuestros valores, nuestras prioridades, podemos darnos cuenta de lo importante que es expresar nuestro amor, o pedir perdón, o mostrarnos más sensibles y accesibles a las otras personas.
Elisabeth Kübler-Ross dijo: “Lo que intento enseñar a la gente es a vivir de tal manera que digas estas cosas cuando la otra persona todavía puede oírlas”. Y Raymond Moody, tras toda una vida de trabajo investigando la experiencia de casi muerte, escribió: “He empezado a darme cuenta de lo cerca de la muerte que nos encontramos en nuestra vida diaria. Ahora más que nunca, procuro mucho dar a conocer mis sentimientos a todas las personas que amo”. 

Es un proceso que cada uno vive de manera personal pero existen unas reacciones y vivencias que más o menos se comparten. Lo que sí es imposible es medir el dolor y compararlo.  Toda persona que ha perdido a su ser querido va a sentir que su dolor es el mayor y su experiencia la peor jamás vivida.
La primera acepción, la que se refiere a “combate” la podemos observar con claridad porque, consciente o inconscientemente, se libra una batalla interna entre la vida y la muerte, entre el deseo de morir y el deseo de vivir, entre lo que es y lo que desearíamos que fuese, entre lo que sentimos y lo que pensamos que deberíamos sentir (“no me puedo hundir, mi familia me necesita y tengo que ser fuerte”), entre lo que los demás ver desde fuera y lo que sentimos dentro realmente.
En los primeros momentos después de la pérdida, que pueden durar horas, días o incluso más tiempo, la vivencia de la pérdida va acompañada de un aturdimiento casi total. La pérdida, el vacío y el dolor se viven desde una irrealidad que normalmente se define como un estado de shock, con la imposibilidad incluso de hablar o expresarse. 
Desde este estado, todo es un poco más llevadero, los acontecimientos se viven de forma difuminada. Poco a poco la realidad de la pérdida empieza a hacer mella y empezamos a ser conscientes de lo que ha pasado, es entonces cuando el dolor y al vacío se sienten de manera enorme y angustiosa. Aparece la necesidad de hablar, de entender, de quejarse, rabiar, llorar y llorar y llorar. También existe la imposibilidad de escuchar los cariñosos consejos de aquellos que nos quieren y que quieren lo mejor para nosotros.
Es un periodo poblado de muchas emociones que se atropellan, de recuerdos que duelen, pensamientos obsesivos y reiterativos. Rabia, culpabilidad, desespero, llanto, insomnio, pérdida de apetito, agotamiento, falta de concentración, emotividad desbordada, desamparo y soledad, culpa y miedo son compañeros asiduos, que drenan la vitalidad y la energía necesaria para emprender la reconstrucción y el comienzo de una nueva vida.
Después de un tiempo empezará a abrirse a la posibilidad de retomar actitudes menos dolorosas y aunque pueda haber una cierta bajada de hombros, de tener que conformarse, la necesidad de comprensión y el acompañamiento de los amigos y familiares facilitarán una mayor comunicación con el entorno buscando además poder compartir experiencias similares.
El manejo del duelo es aceptar la pérdida, pero no solo eso, sino darle un nuevo significado a la experiencia y a nuestra realidad, conectándonos con todas las capacidades y recursos que poseemos y con las cosas que nos ofrece la vida, que aunque en un principio sintamos que se ha acabado lo que la vida puede ofrecer las oportunidades siguen ahí. 
A continuacion comparto algunas cosas que debemos evitar con una persona en duelo:

  • Obligar a la persona que ha sufrido la pérdida a asumir un papel, diciendo: “lo estás haciendo muy bien”. Debemos dejar que la persona tenga sentimientos perturbadores sin tener la sensación de que nos está defraudando. 
  • Decirle a la persona que ha sufrido la pérdida lo que “tiene” que hacer. En el mejor de los casos, esto refuerza la sensación de incapacidad de la persona y, en el peor, nuestro consejo puede ser contraproducente. 
  • Decir “llámame si necesitas algo”. Este tipo de ofrecimientos indefinidos suele declinarse y la persona que ha sufrido la pérdida capta la idea de que nuestro deseo implícito es que no se ponga en contacto con nosotros, Cuando uno se siente tan mal no suele tener ganas de llamar o visitar a nadie. No esperes a que a que te busque, toma la inciativa y llámalo o visítalo.
  • Sugerir que el tiempo cura todas las heridas. Las heridas de pérdidas no se curan nunca por completo y el trabajo de duelo es más activo de lo que sugiere esta frase. 
  • Hacer que sean otros quienes presten la ayuda. Nuestra presencia y preocupación personal es lo que marca la diferencia. 
  • Decir: “sé cómo te sientes”. Cada persona experimenta su dolor de una manera única, por lo que lo mejor que podemos hacer es invitar al afectado a compartir sus sentimientos, en lugar de dar por supuesto que los conocemos. Muestrale tu comprensión “entiendo que tienes que sentirte mal” e invita a la persona a que comparta sus sentimientos si es su deseo.
  • Utilizar frases manidas de consuelo, como: “hay otros peces  en el mar” o “los caminos del Señor son insondables”. Esto solo convence a la persona de que no nos preocupamos lo suficiente por entenderla. 
  • Intentar que la persona se dé prisa en superar su dolor, animándola a ocupar su tiempo, a regalar las posesiones del  difunto, etc. El trabajo de duelo requiere tiempo y paciencia y no puede hacerse en un plazo de tiempo fijo. 
  • Inhibir la expresión de sentimientos y obligar a la persona que ha sufrido la perdida a asumir un papel determinado según los criterios propios de otra persona. Las frases “no pienses más en esto”, “piensa en los demás”, “no te preocupes”, “tienes que ser fuerte”, “no llores más”, son además de imposibles inadecuados para poder apoyar a la persona. Debemos permitir que las persona tenga y exprese sus sentimientos sin transmitirle la sensación de que nos está defraudando.
  • Salir huyendo ante la mínima expresión de sentimientos dolorosos. Permitir y animar la expresión de sentimientos dolorosos es una de los factores clave en la ayuda de las personas que han tenido pérdidas.Es necesario el contacto físico como consuelo a la persona que experimenta esa aflicción.
  • Decirle a la persona que ha sufrido la pérdida lo que tiene que hacer. En cosas del dolor, el experto es el sufriente y es él el que tiene que hablar (“Duelo que no se habla es duelo que no se cura”).
  • Retirar de la vista de la persona toda información referente al duelo, al dolor, la pérdida, la aflicción y el luto.
  • Aislar a la persona de su familia y fomentar o crear indisposición mutua. El duelo es un “asunto de familia” y es ésta la institución más importante para la recuperación de la pérdida de un ser querido.
  • Desentenderse de la persona en duelo. Debido a que el proceso de duelo es largo y toma su tiempo, las personas se suelen agotar de prestar su apoyo y consuelo. Acuerde con la persona afligida la cantidad y calidad de apoyo que le puede ser más útil. No interrumpa de manera brusca su apoyo.
  • Rechazar cualquier tipo de grupo de terapia de duelo. Una de las personas más adecuadas para ayudar a alguien en duelo es precisamente otra persona en duelo qye ya haya avanzado un poco más.

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