La nueva física o física cuántica estudia la sustancia de la que está hecho nuestro mundo cuando lo reducimos a su esencia.
Los científicos descubrieron que lo que a nosotros nos parece un mundo sólido, en realidad no lo es en absoluto.
Cuando vemos una película en el cine sabemos que lo que estamos viendo es una ilusión. La historia que contemplamos es el resultado de miles de imágenes emitidas con mucha rapidez para crear la ilusión de una historia continua. Aunque nuestros ojos ven las imágenes individuales una por una, nuestro cerebro las une para formar ese movimiento continuo.
Los científicos cuánticos creen que nuestro mundo funciona más o menos igual. La vida está compuesta de pequeños paquetes de luz llamados “quanta”. Estos paquetes se suceden tan rápidamente que da la impresión de nuestra REALIDAD diaria.
Los experimentos científicos sugieren que independientemente de la cantidad de espacio que separe dos cosas, una vez estas hayan estado unidas, estarán siempre conectadas a través de una red, “tela de araña”, energía, unidad o “matriz divina”.
Entre los años 1993 y 2000, una serie de experimentos demostraron la existencia de este campo de energía y cómo podemos influir en ella.
Primer experimento:
Poponin y Gariaev diseñaron un experimento para comprobar el efecto del ADN sobre las partículas de luz (fotones), la sustancia cuántica de la que está hecho nuestro mundo. Primero le extrajeron todo el aire a un tubo especialmente diseñado, creando un vacío. En el interior quedaron varias partículas de fotones que se procedió detectar para medir su ubicación dentro del tubo. Los fotones estaban distribuidos de manera desordenada, como era de esperar.
Posteriormente, introdujeron muestras de ADN humano. Ante la presencia del ADN las partículas hicieron algo que nadie esperaba. Siguieron una pauta distinta ante la presencia de material vivo. No hay ningún principio de la física convencional que pueda explicar un efecto así.
Más tarde se extrajo el ADN del recipiente y los fotones continuaron ordenados como si el ADN aún estuviera en el tubo.
El experimento confirmó que ejercemos una influencia directa sobre la materia, sobre el mundo que nos rodea, algo que las tradiciones y textos espirituales nos vienen diciendo desde hace milenios.
Segundo estudio:
Un experimento en el ejército, quiso investigar la conexión entre las emociones y nuestro ADN, y si éste continúa después de una separación, y en el caso de que así fuera ¿a qué distancia?
Los investigadores tomaron una muestra de tejido y ADN de la boca de un voluntario. Esta muestra fue aislada y llevada a otra habitación del mismo edificio, donde empezaron a investigar un fenómeno que según la ciencia no debería existir.
En una cámara especialmente diseñada, el ADN fue medido eléctricamente para ver si respondía a las emociones de la persona de la que provenía, situado en otra habitación, a docenas de metros de distancia.
Al sujeto se le mostraban ciertas imágenes que generaban diversas emociones. Mientras tanto, en la otra habitación, se estaba midiendo su ADN para evaluar la respuesta.
Cuando el donante experimentaba puntos álgidos y puntos bajos en sus emociones, sus células y ADN registraron una poderosa respuesta eléctrica precisamente en el mismo instante.
El ADN actuaba como si aún estuviese conectado con el cuerpo.
Posteriormente se continuaron las investigaciones con distancias aún mayores. Llegó un punto en que había más de 500 km de distancia y el efecto seguía siendo simultáneo.
Tercer experimento:
En el instituto Heartmath comenzaron aislando una muestra de ADN humano en un vaso de precipitado y lo expusieron a una forma de emoción que consistía en técnicas de control mental y emocional que consisten en acallar la mente y centrar la atención en emociones positivas.
Estos experimentos revelaron que distintas intenciones producen efectos diferentes en la molécula de ADN, haciendo que esta se enrolle o desenrolle.
Hemos sido condicionados para creer que el estado del ADN de nuestro cuerpo es algo inmutable. El pensamiento actual considera que es una cantidad fija (al nacer, nos “toca lo que nos toca”), y con la excepción de drogas, sustancias químicas y campos eléctricos, nuestro ADN no cambia en respuesta a nada que podamos hacer en nuestras vidas. Pero este experimento nos muestra que nada podría estar más lejos de la verdad.
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