Nuestra sociedad posee una verdadera cultura de apego al sufrimiento, la que tiene sus raíces en el judeo-cristianismo. Cuando se trata de perdonar, el apego al sufrimiento se vuelve un gran impedimento, el famoso valle de lágrimas.
Si deseas realmente perdonar, es necesario:
– dejar de rumiar mentalmente acerca de lo que pasó.
– dejar de lado el rencor.
– dejar el pasado atrás.
– dejar de revivir los momentos de dolor repetidamente.
Todos los días hay situaciones que dañan, la forma de reaccionar ante ellas es la que establece la diferencia.
Podemos elegir:
a) “Voy a pasar todo el tiempo lamentando lo ocurrido, repitiéndole la misma historia a diversas personas, culpando a quienes no tienen la culpa de mi dolor, buscando alivio en medicamentos, alcohol, comida, compras o sexo compulsivo, etc., o sea, en fugas inconscientes”.
b) “Voy a pensar en el significado de lo que pasó, intentando conocerme mejor, comprender mi dolor, mi rencor, comprender a la persona o situación que me hirió, y tratar de perdonar para cambiar mi vida, liberándome del rencor y obteniendo paz”.
La víctima culpa al otro, culpa al mundo y a la humanidad de su infelicidad. Todo para no asumir su poder y ejercerlo.
Hagámonos las siguientes preguntas:
- ¿Qué crecimiento hay al permanecer lamentando lo que pasó?
- ¿Por qué no mejor reflexionar acerca de los aprendizajes, es decir, acerca de lo que la situación me vino a enseñar?
- ¿Puedo dejar de preguntarme “porqué” para preguntar “qué” puedo aprender?
- ¿Tengo sinceramente la intención de sanarme y ser libre?
Al salir del “papel de víctima” y elegir perdonar sinceramente modificamos nuestras historias de resentimiento y rencor. Ya no somos víctimas sino poderosos seres que “vencieron al rencor”.
La vida no es estancarse en un papel, es movimiento y superación, al dejar de ser víctimas tomamos nuestro poder, creamos nuestra realidad.