A los niños de este grupo de edad -como en todas las edades- se les puede impartir disciplina apelando a las consecuencias naturales. A medida que van madurando y reclaman más independencia y responsabilidad, enseñarles a asumir las consecuencias de su comportamiento constituye un método disciplinario eficaz y apropiado.
Por ejemplo, si su hijo de once años se va a dormir sin haber hecho los deberes, ¿debería usted prohibirle acostarse hasta que los acabe o ayudarle a acabarlos? Probablemente no, ya que estaría desperdiciando una valiosa oportunidad para enseñarle algo sobre la vida. Si no acaba los deberes, tendrá que ir a la escuela al día siguiente sin haberlos hecho y cargar con las consecuencias de que le pongan una mala nota.
Es natural que usted quiera evitar que su hijo se equivoque, pero, a largo plazo, le hará un favor si deja que cometa sus propios errores de vez en cuando. Así, su hijo comprobará lo que conlleva un comportamiento inapropiado y probablemente no volverá a cometer los mismos errores. No obstante, si su hijo no parece aprender de las consecuencias naturales, usted debería establecer sus propias consecuencias para ayudarle a modificar su comportamiento.