Yo empecé muy joven a interesarme por los chicos porque fui a un colegio mixto desde el parvulario, y ya de niña me enamoraba platónicamente, fantaseaba y soñaba con los niños de mi clase.
Hasta la adolescencia no tuve mucho éxito porque, aunque no era fea, tenía una forma de ser algo tímida y triste, porque no me sentía apreciada por mis padres y mi hermana como hubiera deseado. Obviamente esto se transmite y yo no gustaba porque no era muy alegre.
Pasé muchos años soñando y estudiando, pero, de repente, un verano, cuando yo tenía quince años parece que interesé a unos cuantos chicos de la pandilla de mi prima y empecé a apreciarme más a mí misma. Esto hizo que me prestara más atención y ayudó a que desarrollara mi autoestima. A partir de ahí ya no tuve dificultad para atraer a los chicos. Tuve muchos amigos, más que amigas, y unos cuantos novios que me ayudaron a aprender mucho acerca de las relaciones.
No tuve un buen modelo de pareja en casa porque, aunque mis padres se querían mucho, discutían todo el tiempo y yo no quería una relación como la suya. A mí me hubiera gustado que alguien me hubiera explicado todo lo que interviene en las relaciones o proporcionado una guía para entender no solo la relación conmigo misma, que no aprendí en la carrera de psicología, sino también por qué nos enamoramos de los que nos enamoramos y qué tenemos que hacer para que la relación dure de forma sana y armoniosa. He tenido que vivir diferentes crisis, leerme muchísimos libros y aprender de mis clientes y alumnos, para entender las relaciones, aunque es un tema tan amplio que creo que seguiré aprendiendo mientras viva.
Mi primer «enamoramiento» duró tres años y pico, aunque se transformó en un amor sano y nos llevábamos estupendamente.
El siguiente paso era casarnos porque entonces no se estilaba irse a vivir juntos. Sin embargo, la madre de él no me veía con buenos ojos, decía que éramos muy jóvenes; así que, después de cinco años, se cruzó otro chico que me ayudó a dejarle. Le siguieron muchos romances de diferente duración hasta que me enamoré perdidamente, o eso creía, del que fue mi marido, que era bastante mayor que yo.
Trabajé para él algunos años y atravesamos muchos baches laborales y personales juntos. El más duro fue cuando tuvo un affaire con su secretaria, que también trabajaba, comía y viajaba conmigo. Sentirme engañada y traicionada por ambos de esta manera fue un duro golpe que me costó digerir. No obstante, decidí perdonarle y recomponer mi autoestima, que quedó hecha trocitos y poner todo de mi parte para que la pareja funcionara. Entendí que la responsabilidad de la pareja es al 50 por ciento y que yo había contribuido al distanciamiento porque había dedicado mucho más tiempo a demostrarle que podía sacar su empresa adelante, buscaba su reconocimiento.
Después de una terapia de pareja, me di cuenta de que me había casado «con mi padre», había hecho una «transferencia» y estaba intentando resolver con él lo que no había hecho con mi progenitor, Él también puso de su parte, pero al poco tiempo circunstancias profesionales externas hicieron que él tuviera problemas serios y cayera en una depresión. Esto nos distanció, y aunque me empeñé en ayudarle y seguimos casados hasta su muerte, llegó un punto en que ya no estábamos unidos emocionalmente.
Fue una época muy dura pero también muy enriquecedora, porque me ayudó a interesarme, estudiar y entender todo lo que estaba viviendo y a poder superarlo. Aprendí a amarme a mí misma pese a las circunstancias y esto ayudó a hacer que me sintiera en paz conmigo y que me interesara en profundizar todo lo que pude acerca de las relaciones.
Cumplidos los cincuenta, reapareció en mi vida un antiguo novio, que en su momento estuvo estudiando en España, cuando yo tenía veinticinco años. Insistió que nos viéramos durante tres años, y aunque yo vivía en España y él en Suiza, conseguimos coincidir en Nueva York. Su persistencia y el recuerdo de lo que fue cuando éramos jóvenes despertó muchos aspectos de mí misma que tenía olvidados y me hizo rejuvenecer, volver a sentirme
viva. Fue una época de ilusión, pasión, de comunicación plena de AMOR con mayúsculas… pero no podía ser. Finalmente tuve que cortar esa relación porque los triángulos generan mucho dolor, aunque también mucho aprendizaje y por eso escribí Botiquín para un corazón roto. De todos modos, esta relación supuso un gran cambio en mi vida, transformé mi corazón roto y pude salir reforzada. Me di cuenta de muchas cosas que no tenía integradas de mí misma y aprendí a amarme plenamente y no depender de que otro me amara para ser feliz.
He dudado bastante sobre cómo enfocar este libro, porque hay tantas cosas de qué hablar sobre el amor y la pareja que era difícil acotarlas. Al final, he pretendido que sea una guía, sin profundizar todo lo que se puede en las relaciones porque entonces tendría que haber escrito una enciclopedia. Tal vez por eso puede que se te quede corto, pero si por lo menos incita tu interés para profundizar más en el tema y te sirve para entender unas claves básicas que hay que tener en cuenta en las relaciones, me doy por satisfecha.
Así que te animo a leerlo con interés y sobre todo con compasión, porque nadie te ha enseñado a estar en relación y todos aprendemos a través de crisis. A algunos les hace más fuertes mientras que a otros les deja desesperanzados. Yo he salido esperanzada y reforzada y espero que tú también salgas empoderado o empoderada y que puedas aprender de las crisis para hacerlo mejor a partir de ahora o la próxima vez.