El zen es un camino práctico para despertar la consciencia y revelar la verdadera naturaleza del ser. Para saber lo que el zen es, y especialmente lo que no es, no hay otra alternativa que practicarlo. En este sentido los maestros Zen suelen afirmar:
“Los que saben no hablan, los que hablan no saben”
Para muchas personas, el Zen se ha convertido en un asunto relacionado con lo más profundo de sus vidas.
El Zen nunca fue institucionalizado. En realidad, muchos de sus antiguos exponentes fueron individualistas universales que no pertenecieron a organización alguna ni buscaron el reconocimiento de una autoridad formal.
El Zen es una práctica y una concepción de la vida. No es una religión ni una filosofía. No es una psicología ni una ciencia. Es lo que se reconoce como un “camino de liberación”. Por fortuna o por desgracia, el Zen es sobre todo una experiencia de carácter no verbal, absolutamente inaccesible por medios literarios o eruditos.
Lo fundamental es la experiencia personal. El Zen insiste en la vivencia interior. No concede valor a los llamados escritos “sagrados”. Su transmisión ha sido a cargo de maestros que unas veces han sido reconocidos y otras no. Se dice que una vez aprendida la “técnica” ha de brotar la espontaneidad y se abandonan las explicaciones.
Cuando somos niños hemos de ir aprendiendo a controlar nuestros movimientos y emociones, nuestras reacciones impulsivas. Es decir, construimos un ego equilibrado y lógico. Más tarde, en el camino de vuelta, se vuelve a la pureza original. Como ejemplo, podríamos compararlo con el aprendizaje de la conducción. Al principio debemos controlar todos los movimientos de manos y pies, aprender a coordinarlos. Todos los pasos están calculados. Más tarde, cuando ya hemos incorporado la enseñanza, es cuando brota la espontaneidad del movimiento y la conducción se convierte en algo espontáneo que ya no hace falta controlar.
El silencio meditativo no es el silencio del desierto en el que no hay vida, no es el silencio de un cadáver. Se trata de un silencio de plenitud en el que se hallan integrados todos los opuestos mentales.
Los maestros Zen son personas profundamente humanas. Se enferman y mueren, conocen alegrías y tristezas, observan las trampas de su mente y otras debilidades de carácter como cualquier otra persona. No están libres de enamorarse y tener una relación plenamente humana con el sexo opuesto.
LO PERFECTO EN EL ZEN ES NO QUERER SER PERFECTO
Por tanto el Zen no enseña nada. Las doctrinas que se enseñan en el Zen provienen del propio interior de cada uno. No tiene un Dios que adorar, ni ritos, ni futuro en el más allá, ni almas que salvar. El camino es hacia uno mismo, entrar en contacto con las fuerzas más profundas de uno mismo. Toda autoridad del Zen procede del interior.
Artículo escrito por Diana Calvo Vinsac