El trastorno de ansiedad generalizada o TAG se caracteriza por un estado persistente de ansiedad provocado por una tendencia a preocuparse de forma crónica, excesiva y generalizada. El objeto de la preocupación suele recaer sobre una amplia gama de acontecimientos o actividades de la vida cotidiana, no específicos de otros trastornos como la fobia social, TOC, hipocondría, etc. ni inducidos por sustancias (drogas, etc.)o enfermedades médicas (hipertiroidismo, etc.).
El perfil de la persona con TAG es el que suele denominarse popularmente como “patidor” (sufridor), es decir que tiende a atormentarse y a darle mil vueltas en su cabeza a (casi) todo, y le cuesta desconectar de aquello que le inquieta. La preocupación (patológica) puede considerarse como un intento de resolver un problema (real o imaginario, pero casi siempre exagerado), ensayando diferentes soluciones en el escenario mental para restablecer la sensación de seguridad: no obstante, la persona tiende a dar vueltas en círculo y a sentirse atrapada en sus propias inquietudes. Aunque suene paradójico, podríamos resumirlo como un intento fallido por hallar la seguridad a través de la preocupación.
Los síntomas de ansiedad pueden ser físicos (irritabilidad, alteraciones del sueño, tensión muscular, fatigabilidad, dificultades de concentración, etc.) o/y mentales (inquietud, angustia). Habitualmente, ambos están presentes en alguna medida. Con frecuencia, el TAG va también asociado a un cierto grado de depresión, de tal manera que a veces se pueden diagnosticar ambos trastornos. Es más común en mujeres que en hombres, con una proporción de 2 a 1.
Su inicio suele situarse entre la adolescencia tardía y el final de la veintena, aunque también puede aparecer evidentemente a otras edades. Acontecimientos estresantes contribuyen a la aparición e impacto del trastorno. En algunos estudios se ha observado una asociación a adversidades sufridas en la infancia, tales como abuso emocional o físico, psicopatología de los progenitores, etc. Se habla también de una especie de vulnerabilidad psicológica (umbral menor de activación fisiológica, mayor emotividad, etc.)
Si no se trata, su curso tiende a ser crónico y puede ocasionar un deterioro significativo en diferentes áreas: social, laboral, familiar, etc.