El estrés es una reacción automática de nuestro organismo, cuerpo-mente ante un estímulo o varios, que pueden ser internos o externos y que dispara el mecanismo de defensa, de lucha, huida o congelación, activándolo para la acción. Si no llega a relajarse una vez activado en el tiempo o adaptándose, va incrementándose el estrés y el cuerpo empieza a somatizar todo el estrés creando ansiedad, depresión o una enfermedad física o mental como consecuencia del exceso de activación.
Es importante saber que si el organismo no vuelve a su estado natural de relajación por que no hemos sacado la energía generada por esos cambios de una forma sana, nuestro organismo se queda activado. Si no la liberamos y no nos adaptamos a lo que nos produce tensión, se almacena la energía creando una presión interna como si fuera una olla exprés, dejando a nuestro cuerpo hiperactivado y alerta, ocasionando un desequilibrio del yin/yang en nuestra energía, y si se sigue dando en nuestro día a día este tipo de situaciones estresantes sin poder hacer ningún cambio tanto interna como externo, poco a poco iremos generando un estado de saturación que llegara a salir de forma descontrolada. Hay 3 maneras de responder a los estímulos que produce el estrés; combatiéndolos, apartándose o adaptándose, es decir utilizando mecanismos para defenderse, cerrarse/bloquearse, o flexibilizarse.
Podríamos decir que todas experiencias no resueltas y que han dejado un estrés o emociones no resueltas adentro de nosotros, nos llevaría a un trauma acumulativo generando un estrés crónico en el tiempo, afectándonos a nivel físico, emocional, mental y espiritual.
Podemos decir que hay 5 áreas personales en donde la persona puede tener diferentes focos de estrés:
– Trabajo /estudios – Pareja/hijos – La Familia – Amistades/apoyos – Área personal/necesidades
Si indagamos en cada área podemos ver donde están los estresores y en donde nos puede afectar, si es a nivel emocional, mental, físico o comportamental.
Las 3 fases del estrés:
-La fase de alarma o shock repentino: Nuestro organismo interpreta que se encuentra ante una situación que le provoca un estrés agudo y se prepara para la lucha-huida-congelación, activando el sistema nervioso simpático para una activación del todo el cuerpo para afrontar este estimulo. Se aumentan los latidos del corazón y el ritmo respiratorio, incrementa la tensión muscular, se dilatan las pupilas, hacen más lenta la digestión e incrementa la alerta sobre la atención a diferentes estímulos.
– La fase de resistencia o de adaptación: En esta etapa el organismo trata de recuperarse y volver a su equilibrio u homeostasis, pero si el estímulo estresante continúa y sigue debilitando los recursos necesarios para combatir el estrés, la persona no llega a adaptarse y se llegaría al siguiente estado de agotamiento. Con frecuencia la persona se muestra con menor tolerancia a la frustración, mayor irritabilidad, aparecen dificultades para dormir y sensación de cansancio o fatiga.
– Fase de agotamiento: La exposición prolongada al estrés agota las reservas de energía del cuerpo y puede llevar a situaciones extremas de debilitamiento del sistema inmune, con lo que nos volvemos más vulnerables a contraer enfermedades. Es habitual que aparezcan sentimientos de indefensión, infelicidad, enfermedades psicosomáticas, cuadros depresivos o adicciones con o sin sustancias.
Un poco de estrés sería adecuado para afrontar y adaptarnos a las situaciones que nos presenta la vida, aunque tendríamos que compensarlo con la relajación. Porque un estrés continuado altera al organismo desencadenando problemas físicos, emocionales y mentales. Aunque no nos demos cuenta los síntomas físicos suelen ir precedidos de síntomas mentales/emocionales pero como no les hemos prestado atención terminan somatizándose en el cuerpo.
La respuesta del estrés produce emoción que nos pide movimiento, llevándonos a un estado de supervivencia en que las emociones predominantes son: el enfado, la tristeza y el miedo. Teniendo este estado de supervivencia nuestro cerebro funciona con las partes más primitivas del cerebro que son el reptiliano y el límbico, volviéndonos más reactivos emocionalmente y dejando al neocortex desactivado. Como muchas veces reaccionamos en el presente con eventos del pasado no resueltos, una manera de poder reducir el estrés y trabajarlo: 1º paso, traer al presente todas esas situaciones y emociones que nos producen malestar, como situaciones de miedo. 2 º paso, aceptar que tenemos esa emoción de miedo por la situación que lo produjo, y 3 º paso, desactivar la emoción del miedo por la energía acumulada y que no se pudo sacar adecuadamente.
Cada uno manejamos el estrés según nuestra personalidad, experiencias pasadas y la sensación de competencia o autoestima que tengamos. Si aprendemos a manejar el cerebro y saber como funciona, podremos manejar el estrés de una forma sana y equilibrada.
Técnicas para manejar el estrés:
- Los ejercicios de respiración, como la abdominal, que activa el sistema nervioso parasimpático para la relajación y la recuperación del cuerpo.
- El ejercicio físico para mantener nuestro cuerpo en forma y que podamos sacar esa energía que se quedo durante el día sin sacar.
- La meditación para equilibrar la energía del cuerpo y la mente, consiguiendo la relajación.
- La visualización para poder cambiar nuestro estado mental y sentimiento respecto a lo que imaginamos o sentimos.
- Las técnicas de coherencia cardiaca para llevar al corazón a tener otra frecuencia, y poder tener emociones distintas al estrés y sentir el amor.
- Las técnicas de de la psicología energética, como el EFT o P.A.C.E, que nos ayudan a equilibrar la energía de nuestro cuerpo a través de los puntos de acupuntura.
Articulo escrito por Carlos de Lucas López