Perdonar implica necesariamente revisar el dolor causado y tener claros los sentimientos que guardamos en el corazón; es ver con claridad y desde más allá de nuestro ego qué fue lo que nos hirió. En algunas situaciones (cuando es posible) perdonar es revelar al ofensor las consecuencias de su mala actitud, es elegir no ser la víctima, sino el “guerrero”, no en sentido de pelear o guerrear, sino de alguien valiente, que está dispuesto a luchar para lograr su liberación, en vez de olvidar o esconderse. Podríamos decir que los “cobardes, bobos y débiles” son los que olvidan y se esconden, en vez de luchar para aclarar la situación y así lograr practicar el perdón.
Perdonar no es olvidar sino recordar:
Es recordar para aclarar realmente lo que pasó (¿si no conocemos bien el problema, cómo vamos a solucionarlo?), y no para lastimarnos y herirnos con el recuerdo del dolor sufrido, tampoco para sentir deseos de venganza y resentimiento. Perdonar es elegir conscientemente cambiar los pensamientos y las emociones hacia una visión más positiva con respecto a otras personas y situaciones, y sobre todo con respecto a nosotros mismos. ¿Nos gusta ser rencorosos? ¿No nos gustaría tener un alma más elevada? Perdonar es preservar nuestra autoestima del “castigo” de tener que sufrir repetidamente con el recuerdo del dolor causado (=rencor), el que fácilmente se convierte en “pesadillas mentales” que sólo nosotros mismos debemos padecer.
Perdonar no es justificar comportamientos negativos o improcedentes, propios o ajenos.
En absoluto por perdonar vamos a ver bien lo que ocurrió. Tampoco excluye que tomes medidas para cambiar la situación o proteger tus derechos.
Perdonar no es fingir que todo va bien:
Una cosa es perdonar y otra reprimir la rabia. En este sentido es necesario repasar las enseñanzas que recibimos de pequeños: ¿Cómo actuaban tus padres cuando tú te enrabietabas? ¿Te escuchaban? ¿Te castigaban? ¿Te chillaban? ¿Te acusaban de faltarles el respeto? Plantéate si sigues intentando comportarte como un niño bueno callándote todo para que no te dejen de querer.
Es imposible ofrecer un perdón verdadero si negamos que sentimos rabia y resentimiento. Quizás esos sentimientos estén tan bloqueados que ahora ni seamos conscientes de ellos, pero si comenzamos nuestro trabajo personal veremos lo que hay detrás poco a poco.
Perdonar no es sentirnos superiores:
No perdono porque considero que el otro es estúpido, porque me da lástima o porque “el pobrecito no da para más”. Eso nos convierte a nosotros en arrogantes criticones con complejo de superioridad. El perdón tiene que salir del corazón.
Perdonar no es cambiar lo que pensamos o hacemos:
Si hace mil años que no veo a quien voy a perdonar no es necesario que le perdone
y le llame para ir a dar una vuelta. El perdón es un trabajo interno por el que cortamos con los lazos negativos que nos unen al otro. Pero que perdone a alguien no quiere decir necesariamente que tenga que restablecer una relación con esa persona si ese no es mi deseo.
Perdonar no implica tener al otro delante:
Puedo perdonar sin hablar al otro y sin verle ya que se trata de un cambio que hago en mí.
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